LITERATURA

Sunday, June 25, 2006

MIGUEL RODRÍGUEZ PAZ

EXISTENCIALISMO Y SIGNIFICACIÓN EN LA POESÍA DE

MIGUEL RODRÍGUEZ PAZ

Por: Gustavo Tapia Reyes.

A pesar de su corta vida, Miguel Rodríguez Paz (Chimbote 1935-1980) supo darle a su obra poética ese aliento existencialista y desesperado que lo emparenta con el otro grande de nuestras letras, Juan Ojeda. Sin embargo, a diferencia de éste, Rodríguez Paz no se enfrascó en la expresión poética armado con un lenguaje ecuménico, cargado de terminología especializada e incluso oscura, si no que se dio por aproximar su obra a quienes osaran entrar en ella, ya sea por un afán intelectualista o porque quisieran acercarse a cada una de sus preocupaciones existenciales. Buscó, tal vez como ninguno lo hizo y de manera incansable, desacralizar su lenguaje para hacerlo asequible a todos, pero sin caer en lo meramente populista por cuanto como el español Unamuno quería transmitir al resto la agonía que por dentro le quemaba.


De todo esto se halla teñida la poesía de quien falleció como escribe Pantigoso “cuando empezaba a dar lo mejor de sí” (1) y que anduvo por doquiera mientras la vida se lo permitió, llegando a ser director de la Casa de la Cultura y presidente del Frente de Unificación y Desarrollo de Chimbote, que cultivó indistintamente la poesía y el relato, en paralelo a que dedicó a su otra pasión, el periodismo. En 1957 ganó los Juegos Florales de la Universidad Nacional de Trujillo en el género de cuento, aunque sea más en la poesía donde lo recordamos, sin olvidar que, según anota Saniel Lozano, como integrante del grupo literario Isla Blanca de Chimbote, “más que un simple integrante, fue el mecenas de “Alborada” en una de las etapas más difíciles y decisivas de la revista (2), lo cual demuestra una vocación sin límites por difundir la literatura.

Del conjunto de su poesía, como en todo gran vate (Gerardo Diego decía que la obra esencial de un poeta apenas debe alcanzar dos o tres hojas) quedará de hecho para la posteridad en solo unos cuantos poemas, siendo sin lugar a dudas Hay un puerto que se llama Absurdo, el mayor distintivo del conjunto de su obra poética, algo extenso por los sesenta versos que lo conforman y donde está reflejado todo Rodríguez Paz como humano, como habitante del planeta que sentía a la existencia de manera visceral y confusa: Hay un momento en que el alma muere/ enfangada en la hediondez desesperante/ de un légamo de absurdos;/ . Todo se encuentra crispado a su alrededor, sintiendo en la propia piel lo que dice, yendo por un camino que puede considerar la destrucción definitiva, recordándonos en sus mejores momentos a la poesía del mexicano Jaime Sabines, todo involucionado en un verdadero callejón sin salida: muere como una cosa informe que se despedaza/ y se desperdiga sin que le importe a nadie;/ como un cuerpo que rueda por el acantilado,/ sin que a nadie le detenga,/ sin que le mire nadie,/ sin que le salve nadie/.

Sin embargo, la monótona cadencia es la misma que se desperdiga por el poema sin descanso y retomando el hilo del inicio nos dice con dura certeza, sin tregua: Hay instantes en que el alma muere/ sí, muere a pedazos/ y uno la ve morir/. El plano deriva hacia un espacio mucho más amplio, donde el poeta busca la comunión con quienes lo rodeaban, no queriendo estar en esa soledad que tanto agobia, mientras sentimos que la existencia es un misterio enorme como una mandíbula que nos engulle: a veces quiere tener la fe de otros,/ la vida de otros/ la alegría y jocosidad de otros;/, donde acaso la infancia es la única etapa que bien vale la pena recordar, así como otras condiciones que permitan un “racconto”, en medio de la continua incertidumbre donde cualquier soporte puede quedar suspendido en el aire: se quiere ser infantil hasta la barbarie,/ se quiere ser ciego hasta el tuétano,/ y se envidia la esquizofrenia,/ porque la vida duele de veras/ con un dolor sin esperanza,/ pungitivo,/ malsano, /desquiciante,/ agobiador/...

Extraño encontrar un título así, empleado por parte de quien fue un “hombre profundamente identificado con los múltiples problemas de su tierra” (3), pero que por la misma geografía de Chimbote hace pensar que de eso se trata, mas, con una revisión de esos versos tan rotundos como desgarrados hallamos que Rodríguez Paz nunca se refirió a nuestro puerto como escenario, si no que lo toma de referencia para expresar el vacío que suele sentirse cuando toda la realidad es observada desde una óptica gris. No sabemos que nuestro poeta haya sido de un pensamiento pesimista, “los poetas no tienen biografía, su biografía es su obra” (4), mas que se sintió así en todo momento lo prueban también otros poemas como Crepúsculos, Aquí la voz, Veo el destino, pero volviendo a Hay un puerto que se llama Absurdo encontramos que la sensación pestífera aumenta hasta niveles insospechados por cuanto el poeta se siente embutido dentro de una camisa de fuerza: Y la realidad de parece a una mortaja inmensa/ que lo ahoga a uno con el sudor de muerte/. Luego, acumula más versos descriptivos, cada cual más terrible, incrementando el vacío como una mueca enorme en una especie de continua pesadilla: Es un piélago negro de recuerdos/ que atormentan horriblemente la existencia,/ y es que jala la vida por los pelos/ en un aciago intento de volverla atrás /¡Ah, y lo logra a veces/ con qué animalidad!.

A ratos, Rodríguez Paz metaforiza para hacer de cada uno de nosotros una especie de navegante que surca en medio de la inmensidad de lo incierto: Y uno se ve flotando a la deriva/ en mares que aturden los sentidos/ hasta desesperarlos, / en barquichuelos de papel con plomo/ que se hunden por instantes dolorosos;/ porque entonces todo es observado desde ese modo tan atroz, con una hondura de pensamiento que hunde sus raíces en el propio nihilismo ante la existencia concebida como absurda. Los extensos versos resultan desoladores, sin ofrecer ningún amparo: y uno siente ahogarse la vida/ y se grita entonces hasta despulmonarse/ y el agua entra en el alma hasta por las orejas/ y no aparecen horizontes con sus puntos fijos,/ no aparecen moles que nos tranquilicen/. El hombre no tiene jamás sobre qué asirse, porque todo es obsoleto, de espaldas a cualquier lógica que pudiera intentarse, derivando en preguntas con puntos suspensivos que quieren decir mucho: /¿Cómo sobrevivimos?/ ¿Cómo?...

En la última estrofa encontramos ya que el poeta ubica la geografía, donde queda ese puerto que le obsesiona, puesto que está rodeado de una serie de elementos que lo configuran en su sentido de desolación y muerte: Hay un puerto que se llama Absurdo/ allende el mar de las tormentas;/ es vulgar como cualquier tierra,/ terriblemente hastiante y corrompida,/ llena de sandeces y vulgaridades;/. Nada le resulta digno de esperanza, solo acumular detalles y más detalles para definir aquel espacio donde como hombres quedamos a merced de lo que sucederá en contra nuestra, sin que podamos hacer nada para menguar sus efectos: es una tierra que todo promete y nada da,/ y que nos ensucia más de barro/ donde las sanguijuelas proliferan/ hasta dejarnos sin sangre/. La concepción poética del autor no permite ningún descanso que posibilite un freno porque el pesimismo se hace cada vez más hondo, más visceral: una tierra de nadie y para todos/ que nos parece limpia y es hedionda,/ que nos parece vida y es la muerte,/ que nos parece gloria y es derrota;.../, solo que al final, cuando se cree ya todo como definitivamente acabado y clausurado a posibilidad alguna de sobrevivencia, aparece un hálito que nos asiste a pesar de su nombre: una tierra sin cabellos y sin dientes,/ que nos hunde pero que nos salva.../ Es el puerto que se llama Absurdo/.

Esta potencialidad del poema se muestra igualmente en otros trabajos del autor y hace evidente que Rodríguez Paz fue un poeta monotemático que, por medio de sus versos, pretendió resolver las grandes preguntas existenciales que nos siguen agobiando y se enfrascó en expresar ese miedo y apego por la vida que cada quien siente de algún modo, aunque él haya sido un incansable. “La muerte –ha escrito Hugo Vargas– debe dolerle, más que por ella misma, por la humillante pasividad e inercia en que lo sume; y su roja pluma –fusil combativo –jamás hubiera querido una trinchera definitiva” (5). Por tanto, no quiso ser un poeta subjetivo que solo él mismo se entiende y unos cuantos más que fingen entenderlo si no transmitir esas preocupaciones hacia los demás, empleando para eso palabras que contextualizadas cobran otro sentido como “hediondez”, “nadie”, “desquiciante” o la acumulación de éstas para mostrar lo repetitivo “muere”, “piélago”, sin obviar que en todo el poema aquellas palabras simples, incluso comunes y corrientes, han sido especialmente escogidas para incrementar el hastío ante la vida: “ahogarse”, “enfangada”, “derrota”. Es decir, cualquiera que se asome a la poesía de Miguel Rodríguez Paz debe estar preparado para asimilar adecuadamente su desgarrada profundidad.

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(1) PANTIGOSO, Gonzalo “Antología Poética de Isla Blanca”, Río Santa Editores, Chimbote 1988, p. 13.

(2) LOZANO, Saniel “El Rostro de la Brisa. Chimbote en su literatura”, Editorial La Libertad, Trujillo 1992, p. 71.

(3) LOZANO, Saniel Op. Cit. p.71.

(4) PAZ, Octavio “Los signos en rotación y otros ensayos”, Alianza Editorial, Madrid 1989, p. 74.

(5) VARGAS, Hugo “Réquiem para un poeta” en la Revista Alborada Nro. 12, citado por LOZANO, Saniel Op. Cit. p.71.

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