LITERATURA

Saturday, July 01, 2006

ARBOL ERA ESA MUJER / Heber Ocaña

A propósito del poemario Árbol era
esa mujer
,
de Víctor Hugo Alvítez

PALABRAS SOBRE UNOS VERSOS
QUE ENCARNAN MI VIDA


Heber Ocaña Granados *


Gracias a los mensajes permanentes de El Ornitorrinco supe de la existencia terrenal de un poemario de Víctor Hugo Alvítez** publicado en Chimbote, cuyo título me impactó en cuanto deposité mi mirada sobre las 16 letras que lo conforman: Árbol era esa mujer. “¡Mierda! –grité– qué buen título”. Desde ese momento ansié albergar en mis manos a “esa mujer que fue árbol”. La imaginé desprendiéndose de una alforja, tiñéndose con el color ancestral de San Miguel de Cajamarca, la tierra de su autor; me la figuré libre y soberana, desparramando en su andar hojas con silueta de cariño; imaginé el reino del matriarcado... todo fue imaginación. Un mes después, aquí en Madrid, pude tocar la pulpa de su vigor y la excelsa versatilidad con que se desplaza hacia mundos que anuncian que todo es posible “con sus veranos siempre florecientes”. La verdad, fueron dos los poemas que me impactaron en desmedro de mi alegría, porque más que nunca anhelé estar cerca de los míos, y me cayeron fatales los minutos de lectura. Aún así, el libro permaneció en mis manos. El tren hacia Fuenlabrada seguía su rumbo, unos bajaban otros subían, ¡qué mierda importaba!, estábamos los poemas y yo, solos, nadie más. En una suerte de rito, nos desnudamos, rezamos, nos acariciamos y lamimos de puro gusto y capricho. La verdad que sentí el placer de los versos y en ese momento saqué mis propias conclusiones: un buen poema es aquel que me hace reír a solas, me cosquillea el alma y provoca una carcajada “que me jode” (como dicen los españoles); pero un mal poema me pone serio, desganado, frío, un mal poema tartamudea hasta en la más celebrada palabra. Sin embargo, con los versos del poema “Árbol era esa mujer”, el que da título al libro, me reí a carcajadas porque sentí la finura del torso desnudo de mi esposa lejana, sus pechos equilibrados por la magnificencia de la naturaleza y que un día me los ofreció para enseñorearme con ellos y delirar en su olor de mujer mochica.

Los versos entregados por el más rebelde integrante de los infiernos terrenales, el Pisadiablo (que es el bello sobrenombre del poeta Víctor Hugo Alvítez), tocan la fibra más sublime, hacen respingar en el momento de la concepción de los sueños; a mí me hicieron tocar las posaderas de mi mujer en pleno viaje en tren, delirar mientras leía: “¿Era árbol o mujer?/ Allí está recostada/ sobre anónimos caminos/ asómbrese la redondez de sus senos/ y pezones geranios”… “¡Carajo –exclamé–, qué has escrito, Pisadiablo!”, porque un poema es bueno cuando tiene parte de tu vida metida entre sus llagas, entre sus palabras florecidas, aunque sus versos sean sencillos; con ello, hasta un adolescente los podrá saborear como saborea los labios pintados con colorete de su novia quinceañera; serán versos intemporales, sin caducidad, porque no se regirán por una moda literaria sino por una emoción que encarna la vivencia terrícola de un hombre; y en este caso particular, de un poeta andino que “siempre tiene pisado al diablo”. De ahí quizá provenga su fuerza, por ser más compatible con la divinidad celestial que con la sagacidad malévola de quienes escriben versos inexplicables e indescifrables con el estúpido cuento de que están innovando, cuando en el fondo no hacen más que alejar a esos lectores pertenecientes a los sectores sociales “D” en adelante (hasta terminar con todo el abecedario), permitiendo que la poesía sea sólo una ruma de palabras hechas a la medida de los académicos, quienes suelen soltar rollos que en ocasiones ni ellos mismos entienden. Lo que en realidad se quiere es que la poesía se propague entre la gran urbe y los asentamientos humanos del Perú, y no para liberar, porque la poesía no libera a nadie, sino para sublimizar y conseguir que las personas exterioricen sus verdaderos sentimientos gracias a un poema. Con poemarios como Árbol era esa mujer se consigue que la poesía sea asequible por la gran masa, porque un poema no debe contener palabras rebuscadas o signos inventados, sino expresiones que pertenezcan al sentimiento del lector.

Otro de los poemas que me colmó haciéndome reír a rabiar fue “Muerto de nostalgia”: “Tú no sabes/ cuánta nostalgia/ siente el alma/ al abandonar/ un puerto/ la amada/ un rancho de esteras/ un bote”. En estos versos me miré y espanté de mí mismo, se trataba de un espejo cruel y nostálgico que contenía mi vida, la actual melancolía de mi estadía madrileña, porque, la verdad, yo también abandoné un puerto, a mi amada, mi casa con techo de esteras, aunque no un bote (porque nunca lo tuve), pero al abandonar un puerto estuve dejando el sonido de las olas, el cantar de las gaviotas, ese olorcito que en horas de la madrugada penetra por las calles de mi barrio Santo Domingo. Al abandonar a mi amada, dejé un sexo en estado latente y de espera, unos labios cicatrizados, señalados por la huella de unos besos, los dejé postergados y con la posibilidad de ser allanados por otros, entonces eso duele, agobia, robustece la nostalgia. Al abandonar un rancho de esteras, estás dejando tu vida, tu infancia, ese agujerito en la estera que en las mañanas permite el ingreso de un chorrito de luz para caer oblicuamente sobre el pan que va a ser devorado por unos dientes maltrechos por las caries. Con el poema “Muerto de nostalgia” abrí una herida, porque la nostalgia “nos ahoga”, como dice “el pisador del diablo”, así me sentí al leer ese poema.
Creo ahora que este sentimiento hecho público sólo ha sido posible tras la lectura del poemario de Víctor Hugo Alvítez, pero también el aplaudir y celebrar desde la distancia sus versos, y no cansarme de leer, como inmigrante en un país europeo, lo que no dejan de decirme estos versos: “Tú no sabes/ cuánta nostalgia/ siente el alma/ al abandonar/ un puerto/ la amada/ un rancho de esteras... (porque) El vacío no es del mar/ (porque el vacío) es el sentimiento/ más grande/ que ofrece la nostalgia/ y nos ahoga...”.

Madrid, España, 9 de octubre del 2004


(*) Heber Ocaña Granados (Huarmey, 1967), reside actualmente en Madrid, España, donde ha obtenido importantes reconocimientos por su poesía. Es autor de los poemarios Así hablan los vientos y Canción de los ancestros, entre otros, y de la antología narrativa Relatos de la bella Warmy.

(**) Víctor Hugo Alvítez (San Miguel, Cajamarca, 1957), labora en la Oficina de Proyección Social de la Universidad Nacional del Santa (Chimbote). Además del poemario comentado, ha publicado Huesos musicales y Confesiones de un pelícano e Inventario de palmeras.

1 Comments:

  • At 8:08 PM, Blogger Jose Galvez said…

    Gracias Heber por presentarme a V.H.Alvites,nos une nuestro pueblo,la nostalgia y esta distancia que se escribe con D de dolor.
    Con aprecio
    Jose Galvez
    Chicago, Marzo del 2008

     

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