LITERATURA

Monday, July 03, 2006

EL FILÓSOFO PINTOR / Cuento

EL FILÓSOFO PINTOR

Leonidas Delgado Leòn


Creo haberles dicho que yo nací en Río de Janeiro (Brasil). Mis orígenes se remontan según lo manifestado por mi abuelo, que todavía conocí, en el ciudadano portugués: Pedro Alvares Cabral, que llegara en la época en que el Brasil estaba bajo el dominio español. De modo que tengo el nombre bien puesto: Martelidio Cabral Coelho. Soy pintor plástico, autodidacta…
Por el momento no es necesario mayores explicaciones sobre mi persona. Aunque esto lo vengo repitiendo como un estribillo, pues abundar en mayores detalles, me llevaría inexorablemente a perderme en el laberinto de mi propia memoria o ha trastabillar mi lógica consistente. Por ejemplo analizar la expresión textual pintor plástico, autodidacta, resulta contraproducente. Se han puesto a pensar en esto… Yo particularmente creo que este singular calificativo transforma mi granítica estructura ósea en algo endeble, aunque luego me restablezco con el adjetivo adicional autodidacta.


En mis pinceles se congregan el hombre y la naturaleza. Mis cuadros no responden a técnicas establecidas, que sin duda es un recurso necesario para un pintor profesional, con formación académica. Repito, soy autodidacta; las cosas y los espacios etéreos los concibo a mi manera, bien podría decir, cuando mi alma se predispone a la contemplación.

En el refranero popular existe uno del cual doy fe:”Nadie es profeta en su tierra” Los círculos artísticos y literarios en Río de Janeiro (cómo me río y jaraneo), son precisamente eso “círculos” y, no profundicemos nuestro filosofar en este término porque los resultados serían desastrosos. Esta elite maneja su Auto/adulación (sólo así admiten el prefijo “auto”) y miran con desdén las creaciones artísticas de los demás, por más que tengan el calificativo de geniales.


No obstante, en mi caso, este oficio me ha permitido exponer mis cuadros en las más prestigiosas galerías y en consecuencia conocer muchos países. En el año 1974, fui invitado a Santiago de Chile, por un distinguido colega, es decir, otro autodidacta llamado Jerónimo. Debo aclarar que este nombre “Jerónimo”, en Chile era sinónimo de distinción y actualmente está en plena moda. Jerónimo se llama el galán de la novela favorita, Jerónimo es también el nombre de un ministro; Jerónimo es el gerente de un prestigioso Banco y, con el nombre Jerónimo ha quedado registrado en la pila bautismal, el primer hijo de mi cuñada Zoilita…


Bueno, no es esto precisamente lo que les estaba contando, lo que sucede es que siempre ando detrás de las explicaciones, a veces un tanto curiosas o tal vez ociosas. En mi particular forma de meditar las cosas, con esa absurda manía, muchas veces he encontrado la verdadera esencia de la vida precisamente en las cosas superfluas. Volviendo al tema, les decía, que mi ocasional amigo Jerónimo, me esperó en el aeropuerto de Santiago, impecablemente vestido con un terno plomo y un sobretodo gris, pues el invierno así lo exigía. Muy gentilmente me invitó a subir a su flamante automóvil y conocer pintorescos lugares, considerados como atractivos turísticos. Aquí debo admitir con una pequeña dosis de vanidad, los diarios locales destacaban en grandes titulares la llegada del “prestigioso pintor brasileño Cabral”. Pienso que en todo esto hay un tinte de celebridad que tiene su sustento en los numerosos lienzos que salieron de mi modesto taller con la artística firma “Cabral”.


Con gran éxito se inauguró el Salón Invierno-74 en Santiago, hasta que se clausuró el salón, todos los días numeroso público, desfiló frente a mis cuadros. Los críticos especializados, hacían comentarios favorables resaltando mi singular condición:”Autodidacta”
Algunos días después, atraído por el místico encanto de Machu pichu, famosa fortaleza construida por los incas, viajé al Perú. En la histórica ciudad del Cuzco, presenté mis cuadros en una prestigiosa galería de arte.


Realmente mi presencia en el Cuzco obedecía a más de una razón. El extraordinario paisaje andino del Perú, fue el inicio de una eterna estadía en este enigmático país. Instalé mi taller en una hermosa casona colonial del Cuzco, en todo momento respiré ese aire artístico que nutre al poblador local. Aquí los artistas reviven la esencia del rito ancestral.


“La Posada de Anselmo” quedaba a dos cuadras del taller, en una callecita estrecha y empedrada, Ahí tomé pensión: Doña Clorinda Romero y su esposo don Anselmo Holgado me prodigaban especial aprecio. Algunos de mis cuadros con motivos andinos, ya figuraban colgados en las paredes del comedor. Habían sido aceptados gustosamente como pago de los alimentos que consumía, de modo que la pensión estaba asegurada por mucho tiempo.


Ruperta, una humilde mujer del ande, alcanzaba los deliciosos platos a las mesas. Yo la contemplaba con esa virginal curiosidad que los artista solemos poner ante las imágenes genuinas. Ella ajena a mis pensares, también me contemplaba con su ingenua expresión de vicuña ilusionada. El rubor permanente de sus tersas mejillas resaltaban junto al múltiple colorido de sus polleras. ¡Ruperta, era una encantadora mujer, digna descendiente de las ñustas incas! Sin lugar a dudas, un motivo artístico que merecía plasmarse en un lienzo, con la fragilidad y grandeza que encumbran a las obras geniales.

En mi taller, entre oleos y pinceles, el tiempo cabalga apresurado. Los días son como las cuencas de un rosario, que apenas dejan el rumor cansado de una letanía. No obstante en una tarde inesperada, que me encontraba

empeñado en concluir un cuadro; sentí la presencia de alguien en mi entorno. No recuerdo si en algún momento lo había pensado, pero era extraño, tenía la sensación de estar esperando a alguien. No lo podía precisar. Sin embargo la realidad me mostraba una feliz circunstancia. Ahí de pie como una estatua de fino mármol, cogiendo un porta vianda de alimentos y absorta en la contemplación de mi cuadro, estaba Ruperta. Mi felicidad estaba alcanzando los límites de lo imposible. Sentí una especie de vértigo que amenazaba derribar aquel sentimiento tierno, aunque absurdo en su naturaleza íntima. Sin embargo, seguí pintando esta vez para el deleite de la encantadora Ruperta.


Desde aquel día, Ruperta acudía a mi taller como cumpliendo un mágico ritual, que partiendo en la contemplación del arte alcanzaba a consolidar la admiración al artista. De pronto saliendo de su mutismo Ruperta preguntó:


- ¿Cómo te llamas?


- Martelidio -le dije acompañando la expresión con la más tierna sonrisa, luego agregué- ¿Tu nombre es Ruperta, verdad?


- Sí, pero ya no me gusta –me dijo con un claro sentimiento de vergüenza.


- ¿Cómo te gustaría que te llamen?


- Ruper, el “ta” está demás -contestó con mayor seguridad.


Nuevamente me interné en mi filosofar en ese controvertido nombre: Ruperta, que ha decir verdad es escaso en nuestro medio y además es disonante. Claro “Ruper” es más artístico y, en ese sentido estoy de acuerdo con ella. Desde hoy, accediendo a sus deseos, la llamaré simplemente Ruper, el resto está demás.


Y miren que aquí surge algo novedoso: Esta maravillosa amputación será aplicada también a mi nombre: Martelidio, tal como piensa Ruper el “idio” estaría demás. Desde hoy en adelante me auto-bautizo (otra vez el “auto”) con el bello nombre: Martel Cabral. Por supuesto que mi apellido Cabral permanecerá igual, es decir, con la “l” incluida.

Diez años llevo casado con Ruper, somos muy felices en compañía de nuestros adorados hijos: Mauricio y Marieta. Tenemos una espaciosa casa de campo a orillas del Vilcanota. De modo que para pasear por la ciudad, los domingos y días de fiesta, lo hacemos en nuestro propio vehículo, un moderno Mustán bien equipado.


Repito, hemos festejado nuestro décimo aniversario de matrimonio, en la amena compañía de nuestros amigos, mayormente artistas y escritores. Con gente tan bohemia, el consumo de licor era inevitable. Los efectos no se hicieron esperar, sobretodo en alguien como yo que no tiene costumbre de beber licores. Recuerdo que bebí el último pisco souar y propuse a Ruper regresar a casa, le entregué las llaves del carro. Yo estaba mareado y en esas circunstancias no podía ni debía conducir. No recuerdo cómo, pero al fin, ya me encontraba en el vehículo. Ruper inclinó el asiento. Me eché y al instante me dormí, no sin antes imaginar a Ruper conduciendo el automóvil por la serpenteante pista a orillas del Vilcanota.


Era casi de madrugada, al menos la infatigable neblina así lo dictaba, cuando desperté y traté de razonar. No recuerdo cómo, pero a pesar de esa predisposición, nada tenía sentido. Miré a mi alrededor Ruper estaba ausente y yo me encontré de pronto frente a un moderno cementerio soportando una larga pesadilla. Me abrí paso entre la gente tratando de buscar a Ruper que tanta falta me hacía en tales circunstancias. Era absurdo imaginar que allí podría hallar a Ruper, sin embargo, insistí en la busca sin ningún resultado. Finalmente me desplacé, agudizando la mirada por el pabellón “Los Cueros”, pero esta vez buscándome a mi mismo; todo esfuerzo fue inútil.


Nuevamente la división de mi conciencia entran en pugna. Mientras una parte me lleva a admitir los hechos en forma razonable, la otra lo rechaza y denuncia la falsedad de aquellas razones. Estoy a punto de colapsar, sin embargo admito que estas cosas me suceden precisamente por ser pintor…

Dos apuestos jóvenes se acercan a un mausoleo de arquitectura moderna, portando frescas rosa y claveles. Pasaron junto a mí y al parecer no notaron mi presencia. Por un instante los seguí con la mirada y luego tuve el repentino deseo de alcanzarlos, había algo tan familiar en ellos. Me ubiqué sigilosamente detrás, casi cubriendo sus espaldas, desde ahí pude leer las inscripciones sobre la loza de mármol: “Aquí yacen los restos de Martel y Ruper, para que se sigan amando por la eternidad”. No podía dar mérito a lo que estaba viendo, ni mucho menos dar una explicación cabal de los hechos, para poder aceptar esta supuesta realidad. De algún recodo de mi ser, sin duda, surgirá la explicación.


Martel y Ruper, nuestros nombres maquillados resplandeciendo desde una loza fría, sin los restos, que en este instante me permito analizar y que hablan de mis imperdonables errores y que además me pintan en cuerpo entero. Como si toda una vida hubiera pintado mi autorretrato: “idio ”y “ta”. No necesita mayor explicación…


Una suave llovizna caía sobre las tumbas. Mi conciencia se desdobla por última vez Exasperado en medio de la incredulidad grite a todo pulmón: ¡Idiota! ¡idiota! ¡idiota!


Nadie escuchó mis gritos. Sentí que un abismo negro se abría dentro de mi ser y mi cuerpo definitivamente caía en la más infinita soledad.

(Nuevo Chimbote, 01-Jul/06)

0 Comments:

Post a Comment

<< Home