LITERATURA

Monday, June 26, 2006

SANTA / LA CASA BLANCA

LA CASA BLANCA

Mg. Efrén Rebaza Custodio.
efrenrc@hotmail.com

Al sur del distrito de Santa, cerca a los limites con el distrito de Coishco, frente al actual oleocentro “San José” y en la propiedad del Señor José Rebaza Barreto, se encuentran aún los restos de lo que otrora fuera una impresionante casona de típica arquitectura colonial que, a no dudarlo, en sus tiempos, fue toda una joya en su género en el Valle del Santa.

Aún no sabemos la fecha de su construcción, pero por sus características e informaciones de ciudadanos de muy avanzada edad, además de los estudios realizados a sus materiales de construcción y de acuerdo a sus estilos, se puede asegurar que se construyó a mediados del siglo IXX. Sus impresionantes muros –paredes- del primer piso de la casona tenían 70 centímetros de ancho aproximadamente y llevaban dos ladrillos de cabeza y dos al centro. Se utilizó como amalgama para unir los ladrillos el material denominado calicanto y arena y no el cemento porque no existía. Sus paredes tenían dimensiones aproximadas de 30 metros. x 35 metros. x 3 metros. de alto por piso. Su área era de novecientos metros cuadrados sin contar otros espacios fuera de la estructura central, levantadas sobre columnas de gruesas maderas. Sus impresionantes ventanales de hierro, de 2.10 metros de alto por 1.20 metros de ancho, en la parte alta culminaban a manera de media luna (arábiga) protegidas por rejas de hierro, y muy cerca de ambos ventanales se encontraba un amplio y grueso portón de madera por la cuál ingresaban los inquilinos de esta casona para acceder, también, a los pisos superiores mediante una ancha escalera de madera.

Esta escalera de fina madera contaba con un amplio descanso a mitad del ascenso. El segundo piso, diferencia del primero, estaba enteramente construido de fina madera, y gruesos cuartones de madera sostenían el piso del mismo material. Las amplias habitaciones en sus inicios fueron decoradas con papel que aún se podía ver impregnado en sus paredes. Contaba con amplios pasadizos protegidos por largos balcones en madera tallada, los cuales comunicaban a un amplio patio superior elaborado con grandes tablas de madera y sostenida por largos y fuertes columnas de fina madera tallada, los cuales se proyectaban al piso superior.

Por una segunda escalera, un poco estrecha, se accedía a un tercer piso construido totalmente de quincha, caña y barro muy bien acabado, y las columnas que se proyectaban desde la primera planta sostenían el techo de madera, el mismo que a la vez sostenía a un tragaluz a dos aguas y de regular tamaño; y, dicho sea de paso, los jóvenes inquilinos pasaban sus horas de descanso en este techo gozando de la fresca brisa del cercano mar evitando así los molestosos zancudos, a riesgo de los efectos de las punzantes astillas de las viejas maderas y los fastidiosos pescadillos mordedores.

Por lo que se puede deducir, es muy probable que esta construcción, en el pasado, fue una casa hacienda, y lo afirmo en la medida que al frente de la entrada principal, separados por unos 30 metros, se levantaban en forma de pabellón, unos ranchos de adobe que como en todas las haciendas costeñas servían para la morada de sus peones. Y en las inmediaciones también se encontraba un bonito y profundo pozo de ladrillo y calicanto del cual se abastecía de suficiente agua la población allí residente.

Esta casona, por muchos años descuidada, estaba dentro del fundo del Ing. Piñella, cuyo administrador, el jovial y risueño lambayecano “gordo” Narciso “Shisho” Castro, ordenó ocupar estos ambientes a los peones del fundo. En estos ambientes, allá por los años sesenta, vivían algunas familias de peones, tales como: Polo-Caballero, Horna–Castro, Zavaleta-Paredes, Rodolfo Chuqui mi familia y otros; los mismos que al ocurrir el devastador terremoto del 31 de Mayo de 1970 tomaron diferentes rumbos.

Pero, curiosamente, a pesar de la violencia del terremoto, la Casa Blanca resistió, los daños causados fueron mínimos, entre ellos el lindo patio de madera del segundo piso quedo algo inclinado en uno de sus extremos, y se produjeron unas pequeñas rajaduras así como el hundimiento de la casa a más o menos un metro bajo tierra a la altura de la base de las ventanas. Lamentablemente, la Casa Blanca fue canibalizada por un terrateniente de la zona y otros debido a que estaban desinformados del valor de este patrimonio cultural. Las autoridades no la resguardaron ni realizaron algún trabajo de restauración, de modo que empezaron a sacar sus antiguas cañas del techo y su madera, quedando al final las frías paredes como mudos testigos de la destrucción. Pasados los años, éstas se fueron cayendo por el tiempo y la humedad proveniente de los cercanos campos de cultivo de arroz. Hoy quedan algunas pequeñas huellas físicas como muestras de la hermosa arquitectura que allí se levanto.

LOS MALOS ESPIRITUS

Tal era la antigüedad de la casa Blanca y su origen desconocido que los mitos habían reemplazado a su historia, y tenía una fama siniestra que asustaba a los más tímidos. Allí, en casa, las luces de los candiles o “lamparines”, hechos con los recipientes de insecticidas, alumbraban las noches campestres, mientras afuera las luciérnagas alumbraban desde el oscuro y silencioso bosque adyacente. Y a las cinco de la mañana nos despertaba el sonido de la bocina de nuestro amigo panadero.

-Pan caliente como lo quiere la gente- decía el gordito Julio.
-Cacho a cien!!! Y con mantequita!!! –proseguía el vivaz panadero.
Pero claro, antes de sus bromas, ya había entregado el obligatorio par de panes al bravo perro guardián para evitar la mordida de éste.

Son muchas las personas que relatan que pasadas las horas de la media noche, en los altos de la casa blanca, los demonios se reunían para hacer sus danzas y actos macabros, otros dicen que allí vivía el propio Satanás y que los infaltables fantasmas iban y venían, pero la verdad es que, a simple vista, en horas de la noche, la casa Blanca inspiraba un enorme miedo que calaba hasta los huesos, escarapelaba la piel y erizaba los pelos de la nuca. Frente a estos comentarios, don José, el único habitante de la casona respondía.

- Son tonterías, cojudeces que dicen los haraganes- y retaba a dormir en ese lugar a quien así lo deseara, pero nadie quería coger el reto.

Mientras vivimos en esa zona nunca vimos algún diablo, salvo un peón al cual le habían colocado dicho apodo, por sus travesuras e indiscreciones.

Así era la Casa Blanca, joya arquitectónica del valle del Santa, destruida por el hombre, por aquellos que no conocían el valor histórico de dicha construcción y desprotegida por autoridades que en su debida oportunidad no supieron estar a la altura de las circunstancias y responsabilidades, así como se destruyeron importantes huacas preincas que, muy bien aprovechadas, podrían haber servido como importantes atractivos turísticos para ayudar al desarrollo de nuestro distrito y para enseñar, aquí en nuestro distrito, las etapas de la historia de nuestro país y desarrollando el amor y la identidad por lo nuestro. Cuidemos y de manera urgente trabajemos en la restauración de la casona Garatea ubicada en el sector la Huaca en el histórico distrito de santa.


Santa, Diciembre del 2005.

INSTITUTO DEL LIBRO Y LA LECTURAY CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
24 DE JUNIO

DÍA DEL CAMPESINO EN EL PERÚ

Danilo Sánchez Lihón


En los homenajes al campesino se reconoce el trabajo significativo de hombres y mujeres que cultivan el campo y aportan con su labor al funcionamiento social. Pero, esta vez quisiera hablar de un aspecto aparentemente rutinario. En la escuela donde yo cursé la Educación Primaria en Santiago de Chuco, venían desde lugares distantes niños del campo, caminando desde la madrugada. Pese a que tenían todas las desventajas su limpieza era diáfana, nunca llegaban tarde y en muchos casos superaban en notas y en comportamiento a los niños de la ciudad.
Expondré un caso: el poeta César Vallejo nació en el pueblo de Santiago de Chuco, no en el campo. Sus calificaciones siempre fueron excepcionales, sea en la educación primaria, secundaria y superior. Como alumno en la Educación Secundaria fue brillante en el Colegio San Nicolás de Huamachuco; lo reflejan sus promedios, que figuran en los certificados emitidos por el Colegio, donde como alumno de asistencia regular los años 1905 y 1906 alcanzó, al final de año, la nota de 19 puntos.
En los años siguientes, en el período de 1907 a 1908, ya como alumno libre, que no asiste a clases, su promedio general fue 18. Sin embargo, no fue el mejor. En las aulas del Colegio San Nicolás otro estudiante de Santiago de Chuco pero de origen campesino llamado Saúl Benites lo superaba siempre. Si Vallejo fue genio y se aplicaba con ahínco en sus estudios, había otro a su lado más excepcional, pero natural, del campo ¿cuántos otros talentos nos prodiga la tierra como también los sublima? De los alumnos campesinos en mi escuela admiré su creatividad para resolver problemas, para afrontar adversidades, para ser solidarios y si algo conozco de virtudes fueron las que siempre vi que ellos se encarnaban. En ellos no solo relucía la valentía, la veracidad, el sacrificio sino otras que ya no se reconocen como valores, tal la renuncia, el candor, la inocencia.
Pero esta nota trata de otros tesoros más rústicos pero en mi recuerdo excelsos, más por la actitud con que nos ofrecían: su fiambre o sus comidas, que nos obsequiaban generosos. Incluso, ahora lo pienso, quedándose ellos casi sin comer, porque lo traían y compartían abiertamente con nosotros. Vayan estas líneas agradecidas a ellos pero también a la Escuela Pública que nos unía a todos los niños, sin distingos de ninguna especie, algunos con zapatos, otros con ojotas y otros que asistían descalzos, pero donde todos jugábamos y comulgando por igual.
EL FIAMBREEN EL MORRALDE MIS AMIGOSDEL CAMPO
Hay compañeros de aula en la escuela donde yo estudio quienes en su morral traen su fiambre que les servirá de almuerzo en la pausa del mediodía, mientras esperan el horario de tarde; fiambre que nos convidan y hasta lo canjeamos en parte con panes o bizcochos, algunos de yema o chancay, que les llevamos.
Pero, ¿qué compone el fiambre de un estudiante del campo?, aparte de algo especial que por timidez no nos muestran, salvo que a un compañero se le atragante un huesillo en su garganta. ¡Truchas fritas! O una costilla chactada de rico cuy.
Su yantar de mediodía, que despilfarran con nosotros, consiste en sabrosa cancha, escogida y tostada en callana, la misma que se pasa a puñados entre carpeta y carpeta, manjar que sabe a luz, a verdor, a viento, como a dulzura de lomas, quebradas y puquiales.
Otra bolsa es de trigo tostado, ¡Y no cualquier trigo sino el trigo centeno, medio azulado y que antes –eso lo sabemos todos– ha sido leche y miel, cuando aún está reventón en las espigas!, de allí que contenga ese sabor a ubre y a panal de miel cuando lo masticamos soberbios y ufanos.
Desde chiquillos ya sabemos arrojarlo volando a la boca, sin que un solo grano golpee en los dientes o nos caiga en la cara. ¿Cómo lo hacemos? No sé. El puñado entra justo golpeando suavemente la lengua y el paladar para ser luego molido con presunción y deleite.
Una variante es la "pelona" que es un híbrido entre el trigo y la cebada y que tiene la cáscara medio abierta y desflorada, no como el trigo cuya envoltura es dura y lisa, con cáscara dorada, o de color cobre cuando se le tuesta. Ni es tampoco como la cebada blanda y que termina en puntas. La pelona es oblonga, con la camisa del pecho abierta, provocativa y generosa en la entrega para ser comida.
Luego traen habas, que las hay de diferentes clases. Constituyen un manjar aquellas provenientes de las chacras de mi compañero de carpeta Javier Mendocilla, quien vive por las pampas de Muycan. Éstas son las “habas niñas”: redondas, pequeñas y con su cáscara bien pegada a su pulpa, tanto que hay que romperla y luego pelarla con los dientes, pero que abierta se ofrece suave, ataviada de amarillo “yema de huevo”.
Las «habas niñas» son del tamaño de la uña del dedo meñique, las que como su nombre lo indica nunca dejan de ser tiernas y suaves, las cuales saborearlas es como probar el manjar que degustan los dioses en su mesa. Es decir: ¡una delicia! Es como coger los vestidos a una niña en el juego, el rozar de nuestras manos o como el primer beso.
De otro temple y espíritu son las "habas verdes" que las traen a veces envueltas en panca de choclo, porque éstas si son húmedas y mojan en el morral los cuadernos haciendo festones en sus letras azules y rojas y extendiendo fuera de sus bordes los colores de los mapas. Comerlas es como engullirse un huerto con todos sus árboles, frutos, flores y hasta acequias: es decir una mezcolanza de hojas, greda, agua, y trinos. ¡Todo puede caber en el aroma y el sabor de las habas verdes!
De las otras, llamadas habas «tushas», no hablaré aquí porque más de una encía me ha sangrado por no resistir la tentación de trozarlas con los dientes aunque sea a escondidas, con las cuales hay que padecer un poco por las aristas de su cáscara que nos hincan con sus mil cuchillos. Más bien, recordaré la harina de cebada, de trigo y linaza –los tres productos del campo molidos juntos– que la traen envuelta en un mantel primoroso enjuagado con agua cristalina de algún arroyo y que a ciegas vamos sacando con las manos, haciendo de ella una cuchara impertinente que se hunde en esa gleba celestial.
El sabor de ambrosía de aquel compuesto lo da la sacarina, propia del trigo, el vuelo astral de la cebada y el puntito de anís que le pone la linaza extraída del lino, este último a veces tostado y molido por separado después de secarlo al sol en el tejado en donde la mitad lo comen los jilgueros y la otra mitad se lo junta para, agarrado a dos manos, dejarlo en la callana y oír la reventazón de los más húmedos.
Por último, mencionaré que en el morral de los estudiantes del campo hay un manjar de los dioses del Olimpo que he dejado para el final. Este es el "cadul". Mas de uno se preguntará: ¿qué es el "cadul"? Y yo responderé, con la boca anhelante, es el choclo que pasados los días se convierte en cadul, que vale lo mismo a decir: maíz que todavía no está seco pero que nosotros, siempre hambrientos, pedimos que se lo tueste.
Es entonces como un choclo tostado. Choclo pero ya casi cancha. Que si hay dioses que gusten en el cielo de las comidas, yo les aseguro –¡con toda mi alma– que ellos deben de tener como manjar preferido ¡el "cadul"!
Todo esto lo traían y compartían con nosotros, nacidos y crecidos precariamente en la ciudad, aunque ostentemos ser orgullosos y hasta despreciativos. Felizmente, la historia afirma, desmiente y corrige. El año pasado, en el certamen Capulí del año 2005, visitamos la campiña de Cotay y un escritor del lugar, el Dr. Melanio Delgado Siccha presentó un libro donde se consignan los nombres de tres mil profesionales que residen ahora en Europa, Japón y Estados Unidos, que nacieron y crecieron en ese recodo donde hay unas cuantas casas humildes, pero bellas en el espíritu, regadas entre lomas, colinas y quebradas.
Mucho de la construcción del Perú actual se debe a aquellos niños del campo que han alcanzado a ser destacados hombres de bien y grandes profesionales, que nos han superado por su ímpetu, por madrugar temprano por los caminos, por ser generosos en sus afectos y puntuales. Y, sobre todo, por sus inmensas virtudes.
A ellos agradezco el frescor de haber compartido conmigo el aroma y sabor de los alimentos de la tierra, que son los dones primeros que nos regala la vida, como dones son los niños y sus naturales talentos, como era Saúl Benites el compañero campesino que superaba a César Vallejo, de allí que el mismo poeta reconociera: "Todo acto y voz genial viene del pueblo y vuelve hacia él, de frente o trasmitido".

Por: Danilo Sánchez Lihón

Texto que puede ser reproducidocitando autor y fuente

Teléfonos: 420-3343 y 420-3860

Sunday, June 25, 2006

MIGUEL RODRÍGUEZ PAZ

EXISTENCIALISMO Y SIGNIFICACIÓN EN LA POESÍA DE

MIGUEL RODRÍGUEZ PAZ

Por: Gustavo Tapia Reyes.

A pesar de su corta vida, Miguel Rodríguez Paz (Chimbote 1935-1980) supo darle a su obra poética ese aliento existencialista y desesperado que lo emparenta con el otro grande de nuestras letras, Juan Ojeda. Sin embargo, a diferencia de éste, Rodríguez Paz no se enfrascó en la expresión poética armado con un lenguaje ecuménico, cargado de terminología especializada e incluso oscura, si no que se dio por aproximar su obra a quienes osaran entrar en ella, ya sea por un afán intelectualista o porque quisieran acercarse a cada una de sus preocupaciones existenciales. Buscó, tal vez como ninguno lo hizo y de manera incansable, desacralizar su lenguaje para hacerlo asequible a todos, pero sin caer en lo meramente populista por cuanto como el español Unamuno quería transmitir al resto la agonía que por dentro le quemaba.


De todo esto se halla teñida la poesía de quien falleció como escribe Pantigoso “cuando empezaba a dar lo mejor de sí” (1) y que anduvo por doquiera mientras la vida se lo permitió, llegando a ser director de la Casa de la Cultura y presidente del Frente de Unificación y Desarrollo de Chimbote, que cultivó indistintamente la poesía y el relato, en paralelo a que dedicó a su otra pasión, el periodismo. En 1957 ganó los Juegos Florales de la Universidad Nacional de Trujillo en el género de cuento, aunque sea más en la poesía donde lo recordamos, sin olvidar que, según anota Saniel Lozano, como integrante del grupo literario Isla Blanca de Chimbote, “más que un simple integrante, fue el mecenas de “Alborada” en una de las etapas más difíciles y decisivas de la revista (2), lo cual demuestra una vocación sin límites por difundir la literatura.

Del conjunto de su poesía, como en todo gran vate (Gerardo Diego decía que la obra esencial de un poeta apenas debe alcanzar dos o tres hojas) quedará de hecho para la posteridad en solo unos cuantos poemas, siendo sin lugar a dudas Hay un puerto que se llama Absurdo, el mayor distintivo del conjunto de su obra poética, algo extenso por los sesenta versos que lo conforman y donde está reflejado todo Rodríguez Paz como humano, como habitante del planeta que sentía a la existencia de manera visceral y confusa: Hay un momento en que el alma muere/ enfangada en la hediondez desesperante/ de un légamo de absurdos;/ . Todo se encuentra crispado a su alrededor, sintiendo en la propia piel lo que dice, yendo por un camino que puede considerar la destrucción definitiva, recordándonos en sus mejores momentos a la poesía del mexicano Jaime Sabines, todo involucionado en un verdadero callejón sin salida: muere como una cosa informe que se despedaza/ y se desperdiga sin que le importe a nadie;/ como un cuerpo que rueda por el acantilado,/ sin que a nadie le detenga,/ sin que le mire nadie,/ sin que le salve nadie/.

Sin embargo, la monótona cadencia es la misma que se desperdiga por el poema sin descanso y retomando el hilo del inicio nos dice con dura certeza, sin tregua: Hay instantes en que el alma muere/ sí, muere a pedazos/ y uno la ve morir/. El plano deriva hacia un espacio mucho más amplio, donde el poeta busca la comunión con quienes lo rodeaban, no queriendo estar en esa soledad que tanto agobia, mientras sentimos que la existencia es un misterio enorme como una mandíbula que nos engulle: a veces quiere tener la fe de otros,/ la vida de otros/ la alegría y jocosidad de otros;/, donde acaso la infancia es la única etapa que bien vale la pena recordar, así como otras condiciones que permitan un “racconto”, en medio de la continua incertidumbre donde cualquier soporte puede quedar suspendido en el aire: se quiere ser infantil hasta la barbarie,/ se quiere ser ciego hasta el tuétano,/ y se envidia la esquizofrenia,/ porque la vida duele de veras/ con un dolor sin esperanza,/ pungitivo,/ malsano, /desquiciante,/ agobiador/...

Extraño encontrar un título así, empleado por parte de quien fue un “hombre profundamente identificado con los múltiples problemas de su tierra” (3), pero que por la misma geografía de Chimbote hace pensar que de eso se trata, mas, con una revisión de esos versos tan rotundos como desgarrados hallamos que Rodríguez Paz nunca se refirió a nuestro puerto como escenario, si no que lo toma de referencia para expresar el vacío que suele sentirse cuando toda la realidad es observada desde una óptica gris. No sabemos que nuestro poeta haya sido de un pensamiento pesimista, “los poetas no tienen biografía, su biografía es su obra” (4), mas que se sintió así en todo momento lo prueban también otros poemas como Crepúsculos, Aquí la voz, Veo el destino, pero volviendo a Hay un puerto que se llama Absurdo encontramos que la sensación pestífera aumenta hasta niveles insospechados por cuanto el poeta se siente embutido dentro de una camisa de fuerza: Y la realidad de parece a una mortaja inmensa/ que lo ahoga a uno con el sudor de muerte/. Luego, acumula más versos descriptivos, cada cual más terrible, incrementando el vacío como una mueca enorme en una especie de continua pesadilla: Es un piélago negro de recuerdos/ que atormentan horriblemente la existencia,/ y es que jala la vida por los pelos/ en un aciago intento de volverla atrás /¡Ah, y lo logra a veces/ con qué animalidad!.

A ratos, Rodríguez Paz metaforiza para hacer de cada uno de nosotros una especie de navegante que surca en medio de la inmensidad de lo incierto: Y uno se ve flotando a la deriva/ en mares que aturden los sentidos/ hasta desesperarlos, / en barquichuelos de papel con plomo/ que se hunden por instantes dolorosos;/ porque entonces todo es observado desde ese modo tan atroz, con una hondura de pensamiento que hunde sus raíces en el propio nihilismo ante la existencia concebida como absurda. Los extensos versos resultan desoladores, sin ofrecer ningún amparo: y uno siente ahogarse la vida/ y se grita entonces hasta despulmonarse/ y el agua entra en el alma hasta por las orejas/ y no aparecen horizontes con sus puntos fijos,/ no aparecen moles que nos tranquilicen/. El hombre no tiene jamás sobre qué asirse, porque todo es obsoleto, de espaldas a cualquier lógica que pudiera intentarse, derivando en preguntas con puntos suspensivos que quieren decir mucho: /¿Cómo sobrevivimos?/ ¿Cómo?...

En la última estrofa encontramos ya que el poeta ubica la geografía, donde queda ese puerto que le obsesiona, puesto que está rodeado de una serie de elementos que lo configuran en su sentido de desolación y muerte: Hay un puerto que se llama Absurdo/ allende el mar de las tormentas;/ es vulgar como cualquier tierra,/ terriblemente hastiante y corrompida,/ llena de sandeces y vulgaridades;/. Nada le resulta digno de esperanza, solo acumular detalles y más detalles para definir aquel espacio donde como hombres quedamos a merced de lo que sucederá en contra nuestra, sin que podamos hacer nada para menguar sus efectos: es una tierra que todo promete y nada da,/ y que nos ensucia más de barro/ donde las sanguijuelas proliferan/ hasta dejarnos sin sangre/. La concepción poética del autor no permite ningún descanso que posibilite un freno porque el pesimismo se hace cada vez más hondo, más visceral: una tierra de nadie y para todos/ que nos parece limpia y es hedionda,/ que nos parece vida y es la muerte,/ que nos parece gloria y es derrota;.../, solo que al final, cuando se cree ya todo como definitivamente acabado y clausurado a posibilidad alguna de sobrevivencia, aparece un hálito que nos asiste a pesar de su nombre: una tierra sin cabellos y sin dientes,/ que nos hunde pero que nos salva.../ Es el puerto que se llama Absurdo/.

Esta potencialidad del poema se muestra igualmente en otros trabajos del autor y hace evidente que Rodríguez Paz fue un poeta monotemático que, por medio de sus versos, pretendió resolver las grandes preguntas existenciales que nos siguen agobiando y se enfrascó en expresar ese miedo y apego por la vida que cada quien siente de algún modo, aunque él haya sido un incansable. “La muerte –ha escrito Hugo Vargas– debe dolerle, más que por ella misma, por la humillante pasividad e inercia en que lo sume; y su roja pluma –fusil combativo –jamás hubiera querido una trinchera definitiva” (5). Por tanto, no quiso ser un poeta subjetivo que solo él mismo se entiende y unos cuantos más que fingen entenderlo si no transmitir esas preocupaciones hacia los demás, empleando para eso palabras que contextualizadas cobran otro sentido como “hediondez”, “nadie”, “desquiciante” o la acumulación de éstas para mostrar lo repetitivo “muere”, “piélago”, sin obviar que en todo el poema aquellas palabras simples, incluso comunes y corrientes, han sido especialmente escogidas para incrementar el hastío ante la vida: “ahogarse”, “enfangada”, “derrota”. Es decir, cualquiera que se asome a la poesía de Miguel Rodríguez Paz debe estar preparado para asimilar adecuadamente su desgarrada profundidad.

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(1) PANTIGOSO, Gonzalo “Antología Poética de Isla Blanca”, Río Santa Editores, Chimbote 1988, p. 13.

(2) LOZANO, Saniel “El Rostro de la Brisa. Chimbote en su literatura”, Editorial La Libertad, Trujillo 1992, p. 71.

(3) LOZANO, Saniel Op. Cit. p.71.

(4) PAZ, Octavio “Los signos en rotación y otros ensayos”, Alianza Editorial, Madrid 1989, p. 74.

(5) VARGAS, Hugo “Réquiem para un poeta” en la Revista Alborada Nro. 12, citado por LOZANO, Saniel Op. Cit. p.71.

Sunday, June 18, 2006

SANTA - ANCASH

LOS VIEJOS CAMINOS DE MI PUEBLO
Lic. Efren Rebaza Custodio(*)
e-mail: efrenr@hotmail.com

A decir de los datos históricos, La Ciudad de Santa (Provincia del Santa – Ancash), es un pueblo de cultura milenaria, se recogen crónicas y los vestigios patrimoniales muy abundantes que existen en la zona, que dan fe de la existencia de amplias formaciones sociales y de pueblos con un apreciable desarrollo social, cultural, político y tecnológico en el ámbito distrital antes de la llegada de los castellanos españoles el año 1528.

Por ello a la llegada de Pizarro al Puerto Santa en el año arriba indicado, le permitió observar los verdes y extensos campos de cultivo en el fértil valle del santa, en aquellas épocas bajo el dominio de los incas, producto de las recientes victorias sobre los chimues, por ende los pobladores provenían de esos orígenes.
Posteriormente se fundaría la Villa de Santa de la Parrilla en su primera ubicación en pleno Puerto Santa, del cual sería posteriormente evacuado a las cercanías de la desembocadura del Río Santa para, finalmente trasladarla hasta su actual ubicación republicana.

Desde luego las únicas vías de comunicación existentes en aquellas épocas eran la marítima y la terrestre; Santa no era la excepción y para la comunicación con las ciudades más lejanas y los pueblos del mundo lo constituía la navegación marítima y para ello contaba con uno de los puertos principales a inicios de la colonia, como lo era el Puerto Santa, allí llegaban grandes cantidades de buques nacionales como extranjeros con variadas mercaderías y pasajeros; todo este movimiento comercial hicieron de Santa un pujante polo de desarrollo y un pueblo referente en la costa norte peruana hasta mediados de la vida colonial cuando se crean nuevos puertos y se fabrican buques de mas calado y tonelaje, condenando al Puerto de Santa al olvido y abandono. En lo que corresponde a la vía terrestre, se uso los caminos de herradura para el tráfico de pasajeros en carretas o cabalgando en los ágiles caballos o fuertes mulos, fue en gran parte la mas utilizada hasta entrada la mitad del siglo XX cuando aparecen los primeros vehículos a motor y se da paso a la construcción de la fabulosa Carretera Panamericana. Pero también es bueno mencionar la presencia a partir del año 1872 del transporte por ferrocarril, en gran parte es la hacienda Palo Seco de Don Dionisio Derteano, la que utilizaría es medio para las labores agrícolas y de transporte de su producto al nuevo Puerto de Chimbote , modernizado por Henry Meigg. Se tendieron vías férreas por los terrenos de Palo Seco, El Puente e incluso llegaban hasta el Puerto Santa, pasando por el actual sector denominado Barrio Guapo y que pertenecía a la Hacienda San Bartolomé. Pero por ahora nos compete hablar de los caminos y sigamos adelante con este tema.

Para tal fin, por Santa pasaba el camino que comunicaba a esta ciudad con los pueblos del norte y el sur del virreynato en primer lugar y de la república posteriormente. Dicho camino que ingresaba por el norte por el actual cruce de Santa, llegaba hasta la plaza de armas, se dirigía al sur por la actual calle Marañón , calle Yavari , cruzar la actual calle Amargura atravesando por el terreno del Centro Educativo Privado “Señor de los Milagros”, desembocando en la esquina de las calles Túpac Amarú con 9 de octubre (Familia Leyva), proseguía en línea recta pasando cerca de la casona de la familia Salgado, continuaba frente a la casa de Don Rogelio Sánchez y se proyectaba con rumo al sur, siempre bordeado por frondosos sauces que de una u otra manera cuidaban los campos de cultivo de propiedad de Señor Miguel Peralta Hurtado, metros adelante se dividía un ramal que proseguía hacía los terrenos de la Hacienda San Luís de Propiedad de Don Pedro del Solar, pasando antes por el Fundo Santa Rosa de propiedad del señor Alfonso del Solar. Regresemos al Camino principal; este llegaba a un puente de concreto tendido sobre la acequia que lleva agua a los terrenos de la Hacienda San Luís, de allí seguía un perfecto rumbo al sur, ya bordeado por las impresionantes tapias que protegían al viejo camino de tierra, estas tapias tenían una dimensión aproximada de 1.50 cm. de alto por 50 cm. de ancho , nos permitía de niños caminar sobre ellas y correr si era preciso, más adelante ya pasaba muy cerca de la Casa Blanca, muy cerca del fundo Primavera, siguiendo al sur se encontraba con un camino que ingresaba por la parte sur a la Casa Hacienda San Luís, antes mencionada . Siguiendo rumbo al sur, llegaba muy cerca de la playa de Coishco y torcía a la izquierda ahora rumbo a Coishco Viejo al cual llegaba atravesando un viejo puente de concreto sobre la acequia de Huamanchacate , seguía por los terrenos que actualmente ocupan las conserveras de Coishco y se proyectaba por los cerros que circundan el pueblo antes mencionado, rumbo al cercano Chimbote.

Adicionalmente el camino que ingresaba por el norte a la hacienda San Luís , se proyectaba hasta el litoral como lo observamos y usamos hasta el día de hoy, pero también existía un camino que saliendo de la Hacienda San Luís, paralelo a las lomas marinas , se encontraba con el camino principal, en el recodo que hace el mencionado camino para enfilar a la izquierda rumbo a Coishco.

Existen otros caminos que en su debido tiempo fueron muy transitados, tales como el camino que comunica actualmente al histórico Puerto Santa, allí lo encontramos aún, menos transitado, pero dando servicio a los campesinos, pescadores o inusuales veraneantes. Otro de los caminos es el que comunicaba con las haciendas del interior del valle, que saliendo de Santa se proyectaba rumbo al interior de las haciendas de La Huaca, San Dionisio, Tambo Real, Rinconada , Vinzos, Suchimán, Tablones, Chuqicara y, se proyectaba a la serranía del actual departamento de Ancash.

Si bien es cierto, la construcción de la Carretera Panamericana Norte, cambio radicalmente el uso de los medios de transporte y las vías de comunicación; Santa no ha dejado de usar sus viejos e históricos caminos e incluso siguen usando como medio de comunicación a las viejas carretas jaladas por los laboriosos burritos y el uso del caballo como movilidad. Pese al paso del tiempo y del imparable proceso de desarrollo y modernización de los Pueblos, en el nuestro aún encontramos a los viejos y otrora muy transitados por gentes de diversas clases sociales, ejército completos durante la vida colonial y republicana, durante gran parte del siglo XX y se usan en la actualidad, allí están polvorientos en algunos casos, enripiados, anegados, llenos de huecos y montes en otros; en pocos lugares protegidos por sus inseparables tapiales que tratan de resistirse al tiempo, al descuido y a la destrucción del hombre y del clima.

Invitamos a caminar por nuestros viejos caminos santeños, recorre los pasos de miles de hombres del pasado e imaginar como fue el pasado del transporte y la comunicación en el tramo de la histórica ciudad de Santa y desde luego te invito a hacer un esfuerzo por generar el rescate de estos viejos caminos y sus pocos tapiales que se resisten a desaparecer con el tiempo y el abandono.


Santa, Mayo del 2006.


(*) Efren Rebaza Custodio, natural de Santa (Ancash), Magister en Edcación, realiza amplia labor académica y cultural en Jaén ( Cajamarca).

LA ESPUMA DE VALLEJO

Andanzas y vuelos
Páginas libertas de El Ornitorrinco


La espuma de Vallejo

“¿Cómo estás, poeta?”, me suelta el saludo por el messenger, casi como un grito de alegría, el rapsoda trujillano Bethoven Medina, y yo siento el calificativo tan lejano, injusto, ajeno. “Poeta. El que compone obras poéticas y está dotado de las facultades necesarias para componerlas”, reza el autorizado diccionario de la RAE, y confirmo mis sospechas: desde hace varios meses no me siento un poeta.
Se lo confieso a Bethoven y mi amigo cree entenderme y escudriña, intenta una salida: “Tal vez estás cargado de problemas; a veces es así, Ricardo, si estamos saturados pensamos que la poesía nos ha abandonado, pero ella siempre está presente; cuando sabe que no es su momento, es comprensiva y se duerme por un tiempo”. Mas sus palabras no son ningún alivio. Aunque no creo necesitar alivio ahora sino solo unos oídos que me escuchen, como los de mi buen amigo Bethoven Medina.
Porque lo que siento desde hace varios meses es el vacío, la nada, las palabras muertas (no dormidas) navegando como barcas sin gobierno entre mis venas apagadas. ¿A dónde se les fue la vida?, ¿qué propósito maligno les sustrajo el ánima mientras viajaban por las enredaderas de mi voluntad?, ¿qué demonio ajeno es este que ahuyentó a la belleza de mi prontuario verbal? ¡Estoy perdido!
Mi poema más actual data de hace un año, lo escribí un invierno atrás, azuzado por el viejo proyecto de exorcizar mi vida familiar en un retrato despiadado y catártico. El poemita apareció en algunas revistas y diarios, lo leí con fruición en recientes recitales y lo incluí en la última sección de Un poco de aire en una boca impura, un libro inédito que tengo listo desde aquellos días. Pero allí acabó todo. Luego de eso, la parálisis, la noche, me quedé suspendido en la duermevela de la inconsistencia. Mi pulso no dio más: los temas se apagaron, los motivos sucumbieron, las vibraciones se aplacaron. “Si crees que ya no escribirás más poesía, entonces nunca fuiste un poeta”, remata Bethoven. Y temo darle la razón. Entonces me zarandea la angustia en esta cabina de internet, los pulsos protestan en mis sienes y siento que todo el tiempo fui un farsante, un embaucador de mí mismo. No atino a nada.
“…y está dotado de las facultades necesarias para componerlas”. ¿A dónde se fueron esas facultades, maldita sea, ahora que no tengo otra arma que el silencio?, y no ese silencio que deben tener las lluvias de palabras como reclama Heraud, sino el silencio que ha llenado mi discurso de hendiduras convirtiéndolo en una coladera de espejismos y bostezos. Ya no puedo escribir poesía. Si digo “tacto” mi piel se descamina en la música tenue del adormecimiento, si digo “aurora” empiezo a ceder ante el pobre ocaso de la duda, y cuando intento levantar un bosque de lirios y azucenas siento que me asfixia una estaca en la garganta. En cierto momento cobré valor y me esperancé en la posibilidad de la poesía concreta, aquella que se maneja con códigos visuales, pero fue inútil, nunca eduqué a mi sensibilidad en otros signos que no fueran los de nuestro idioma.
¿Cómo es que el mutismo ha logrado romper en pedacitos los cristales de mi alma? Solo hay una sordina única y magnánima provocando que me desespere por buscar felicidad en estos largos días de adjetivos retrasados. Pienso en este valle ajeno al que he sido expulsado y me pregunto en qué momento me descarriaré, qué muerte prematura me alcanzará en esta patria de afonía indolente.
El papel, la pantalla fulgente, la página en blanco, no son ningún estímulo, sino una mortaja teñida por la tinta seca del pánico, solo están para informes estériles como este, para redactar insulsos borradores o para que funja de académico trazando ensayos sin alma, corazón y vida. “¿Para qué rodearme de un paisaje de alabastro si el amor se hace en el follaje?”, escribía un viejo trovador. Casi lo mismo siento ahora: ¿para qué un idioma cargado de palabras si ya no puedo amar a éstas?
Me quedo mudo, anochecido, desértico, sintiendo cómo la poesía es sinónimo de vaguedad y no puedo sentir menos que vergüenza. El poeta Bethoven Medina ha sido sincero: “Entonces nunca fuiste un poeta”. Me despido de él: cierro el messenger y, silenciando estos minutos penosos, intuyo que el único logro de mis treinta y seis años es el cogollo espumoso que fatiga ahora mis palabras.

© Ricardo Ayllón

CARTA DE FRANCISCO GONZÁLES

AGRADECIMIENTO A CHIMBOTE, DESDE HUARÁS

El 8 de junio la ACS Chimbote brindó un sentido y significativo homenaje al escritor ancashino Francisco Gonzáles, a cargo del escritor y promotor cultural Victor Hugo Alvítez. El maestro Gonzáles envió una carta a este evento, que a continuación reproducimos.
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Querido público: ¡Cuánto extraño esa maravillosa ciudad de Chimbote!, forjadora de toda actividad cultural en la costa peruana que realiza Víctor Hugo Alvites, caro amigo que es promotor de actividades culturales, como escritor y poeta.
Mi saludo al centenario distrito de Chimbote; un centenario se celebra una sola vez y es una alegría estar presente aunque fuera sólo en espíritu Cultural que en esta noche la “Asociación Cultural del Santa” inicia, con el primer ciclo de conferencias: “Testimonios y Homenaje de Personajes Ancashinos”.
Faltan palabras y es necesario un nuevo lenguaje para expresarlas, pero mi mente se nutre con lo que realizan y mi gozo es inefable.
La vida se va como un río y no vuelve como los días que pasé en Chimbote, agradeciendo a todos los que conocí en anteriores eventos. La imagen del recuerdo nos hace vivir dos veces; la del recuerdo y la de vivir ahora para recordar, comparto plenamente con ustedes y mis gracias por el homenaje en el invierno de mi vida que poco a poco se va cortando como las últimas rosas de un otoño singular.
Mis palabras son pocas como las sentencias de Epícteto pero su dimensión es infinida en mi vida que es una y no se repite en el tiempo. Sólo el recuerdo salva el olvido con los que siguen viviendo y vibrando al unísono.
Esta noche es irrepetible y nuevamente os doy mis “Gracias” palabra vieja y gastada pero que cobra actualidad que siempre vive la cultura, en la promisora Chimbote que nos da tanta sorpresa.
Os espera un futuro ejemplar de entusiasmo y vitalidad.
Hasta siempre.

Francisco Gonzáles
Huarás, 08 de junio del 2006

IMAGENES DE ACTO CULTURAL 8 DE JUNIO


¿Y DÓNDE ESTÁN LOS PROFESORES DE LENGUA Y LITERATURA?

CONGLOMERADO CULTURAL

Comentarios, correspondencia y colaboraciones literarias a:

hacedor1968@yahoo.es / marpba@yahoo.es

Tlfno. (074) 9607442

DEDICADO A:

Al pueblo intrincado y oculto en la selva de Tamborapa

Aunque sabemos que jamás leerán esta dedicatoria

Porque todos están flotando muertos en vida allá.

EL COMENTARIO CRÍTICO

¿Y DÓNDE ESTÁN LOS PROFESORES DE LENGUA Y LITERATURA?

Por: Nicolás Hidrogo Navarro

Coordinador General Conglomerado Cultural –Lambayeque-Perú

(hacedor1968@hotmail.com)

Quizá en el Perú la opción para ser profesor de Lengua y Literatura tenga que ver más con la oferta laboral (aunque sea consigues trabajo de “profe”, los de “mate” y “lengua”, siempre tendrán trabajo), el desconsuelo y frustración de no haber ingresado a otras carreras profesionales predilectas como Medicina y Derecho, que con el perfil vocacional.

No es casual que el perfil de formación profesional se las diversas universidades e institutos superiores pedagógicos se orienten a forjar profesores de pizarra, tiza y dictado a que promotores e incentivadores de la lectura, producción y valoración de textos. No se puede exigir lo que uno no se exige ni da como ejemplo.

Del seguimiento que vengo haciendo desde hace más de quince años de las promociones egresadas de la especialidad de Lengua y Literatura de Institutos Superiores Pedagógicos y Universidades Pública y privadas en la Región Lambayeque, que suman unos 400 por año, si cumplen la función de promotores culturales y motivadores colectivos de la lectura y la producción de textos extracurricularmente, diez, son muchos. Son profesores que dentro de sus inteligencias múltiples no tienen el soporte del amor, la devoción la aptitud y la predisposición por la lectura ni la creación. Son profesores de a sueldo por horas, no maestros que pretendan hacer magisterio literario, dentro y fuera de su institución educativa. Son profesores que están atornillados y cumplidores de una programación curricular infuncional, que cuadricula, parametra y aprisiona la más libre de todas las artes: la creatividad literaria.

Con docentes que no saben el cómo, por qué, para qué enseñar Lengua y Literatura, ni cómo desamarrar y aplicar la gramática formulistoide, ni qué hacer con la preceptiva literaria ni cómo adaptar las estrategias metodológicas para incentivar la lectura ni la producción y compresión de textos, estamos en un grave problema de fondo y de forma: incapaces de enseñar con el ejemplo creativo, nos sumergimos en las mismas profundidades nebulosas de agonía de lectores y hacedores del arte más libérrimo y sublime que perenniza al hombre, la literatura.

Los profesores de Lengua y Literatura están allí dormitando en un rincón con su libro de gramática al lado, con su registro tachonado de rojos, pruebas tipo IBM sin corregir ni devolver, ejemplos clichés de análisis morfosintácticco casi borroneados desde hace más de una centuria y despremunidos de herramientas espirituales: la fuerza motivacional del creador-maestro-ejemplo.

Paciente-alumno y médico-profesor están en cuidados intensivos tumbados sobre la camilla-libros, la enfermedad que los aqueja es la apatía por la lectura, los síntomas son bajos niveles de comprensión lectora, últimos en Latinoamérica en razonamiento verbal y extinción de creadores.

Habrá que empezar por cernir y reevaluar el rol y perfil profesional del profesor de Lengua y Literatura y ver qué, cómo y cuánto lee, ver qué, cómo y cuánto enseña y articula el lenguaje para la literatura. Nadie aprenderá o se habituará a leer por Decreto, Oficio o Memorando. Aprenderemos mecánicamente y festejaremos sacarnos un 20 de nota memorizando todos los verbos pluscuamperfectos y los vericuetos del análisis oracional y hasta retacear una ficha de lectura, pero quizá jamás aprenderemos a habituarnos a la lectura y bucear las cavernas misteriosas de la creación por el puro placer del disfrutar. Eso y aquello, es un virus que tendremos que empezar a fabricar y re-construir desde el hogar, la escuela y la sociedad en general.

Lambayeque, junio 03 de 2006